Dos
pequeñas partículas luminosas viajan para reunirse -si todo sale bien- y
entregar a los habitantes de la superficie de la tierra, la medicina que se
necesita con urgencia.
Una
lucecita viene del corazón del cielo.
Y la otra
del seno de la tierra.
Cielo y tierra
están un tanto preocupados porque la comunicación que sostienen a través de
nosotros los humanos se ha interrumpido. Además la densa confusión ha
creado una densa capa que atravesar formada por ambiciones, pesimismo,
ira, demasiado juicio, una terrible obsesión por sobresalir y avasallar.
También una especie de malla muy cerrada, una maraña de preocupaciones y
mezquindad, miedos, envidia.
Y por ahí
tienen que pasar las lucecitas.
Que en un
bosque toman forma de un cervatillo -mensajero del cielo- y de osezno
-mensajero de la tierra.
No se sabe
siquiera si van acercarse para entregar los mensajes, o si se van a asustar o
que percances puedan interferir en este encuentro.
Pero los
pequeños comienzan a observar su entorno, a moverse, jugando fascinados con
cada descubrimiento, hasta que se dan cuenta de la cercanía del otro. La tierra
y el cielo están al pendiente.
También los
humanos que han mantenido la certeza de la luz, aún cuando todo parece perdido,
sienten que ha llegado la posible respuesta a los rezos.
Venadito y
osezno se acercan, con el gracioso andar de quienes están acostumbrándose a su
cuerpo, se observan, se olfatean, se dan besitos.
Y entonces,
sin importar su corta edad, o favorecidos por eso, la medicina comienza a
dialogar. Y los espíritus de oso y venado vuelven a manifestarse.