Águila y Mujer Venado, cielo y tierra, cuidan al Niño, a la semilla de la nueva raza, y su madre Mujer Estrella de la Mañana desciende con frecuencia en forma de mujer para nutrirlo con el don de hablar, escuchar y comprender todos los lenguajes, los de las aguas y los vientos, los de los animales, plantas, hongos, astros. Recorre alturas y profundidades, ligero, bien recibido en todos los rincones de la tierra.
Cuando llega el momento de anunciar el cambio, una mañana Mujer Estrella habla con el jovencito para recordarle que, en su centro y siempre despierto debe atravesar el período de sacudidas y furiosas inundaciones, la despedida de miles de seres en quienes se ha reconocido.
Desde las alturas en su montaña, el Niño que se convierte en el eterno adolescente, Sahuatoba, es el testigo de como las aguas de la mar llegan a rodear la montaña arrastrando en una danza furiosa los restos del mundo conocido.
Estrella de la mañana y Hombre Rayo traen el sustento a su hijo. Transcurren muchos días con sus noches y vueltas al Sol hasta que el lodazal se seca y nace una flor al pié del risco donde Sahuatoba habita: un lirio blanco. Atrapado por la visión y el aroma que llena la mañana, Sahuatoba corta esa exquisita flor, y ésta se transforma en una hermosa mujer. "Masada" murmura Sahuatoba. Cielo.
Masada y Sahuatoba caminan a los cuatro rumbos, juntos, libres, se aman muchísimo. Tanto que cuando retornan a la montaña, a la cueva del picacho y pasan ahí una noche, la tierra a su alrededor se llena de lirios blancos que descubren de madrugada, cuando salen a saludar a Estrella de la Mañana. Mujer Cielo, Masada llora de alegría y corta una flor que se transforma en una cierva, y Sahuatoba Adolescente Eterno corta otra que se convierte en ciervo. Y así cada mañana le abren la puerta a una pareja de cada especie para repoblar la Tierra.
Continuará...
(Tomado de "Leyendas Durangueñas", Segunda Edición, 1963, Eduardo Gámiz.)