Abuelo fuego |
Se olvida de agradecer. La ofrenda la guarda para si,
no la quiere
entregar. Sus ojos irritados miran a sus
hermanos con envidia, les roba todo lo
que puede pensando que es injusto que los demás gocen, además los insulta, los golpea. Habla palabras de
odio, no puede parar de mentir, de acusar
a "los demás" de eso que está haciendo y que a cada momento empeora su enfermedad. Con cada acción
egoísta se siente
peor.
Y esta confusión se contagia a otros. Al ensuciar el agua o desviar su curso para
"beneficiarse" su sangre se
enferma, su pensamiento y cuerpo se secan.
Al desmontar los terrenos sin necesidad se
derrumban los cerros y los huesos de la
humanidad se tuercen. Sin darse cuenta los enfermos están terriblemente incómodos por dejar de agradecer, se
sienten muy mal por querer cambiar todo
sin observar, sin meditar. Los niños están asustados.
La bisabuela, la tierra más antigua, enfurece, es ahora un ser aterrador que se sacude derrumbando con violencia
las montañas, se abre en abismos que
devoran a los brotes tiernos de vida. Todo parece amenazante. Adentro y afuera. Ya casi nadie alimenta
al fuego, no se le atiende, solo se
hablan en frente de él palabras de odio y quejas; el tabaco silvestre, oído de la tierra también se
llena de ese mal decir.
La medicina es arrancada, profanada y se consume
sin respeto a la vida, hasta enfermar,
hasta reventar.
El fuego bisabuelo, enfurecido, golpea a la bisabuela,
la derrite,
transforma
su rostro y sus entrañas, convierte en cenizas a los nietos.
Donde hubo silencio los ensordecedores lamentos multiplican el sufrimiento y la confusión, el viento lleva esta
locura a todas partes, el agua se
levanta, desaparece, azota y arrastra lo que encuentra a su paso. Luego se estanca, se pudre.
El dolor de los demás, aunque nadie puede reconocerlo
por ahora, a
cada uno le duele hasta no poder soportar más
pero parece que nadie quiere parar. La
sangre arde, irrita, y todos llevamos la misma sangre. El viento descontrolado nos enloquece, y todos respiramos el
mismo aire, no hay manera de huir.
Pero la semilla que habita en el corazón, reconoce que
este es el
tiempo, así, en medio del caos decide morir y su
piel se abre.
Entonces la bisabuela recuerda una posibilidad, se
aquieta y se repliega haciéndose un ovillo en su propio regazo, como un
invierno.
Como medianoche. Todos los rostros de mujer se vuelven un disco de piedra
grabada por el amor y ahí todos los rostros de hombre se unen en el fuego y al fin se asienta. Como un verano
próspero, como mediodía. El viento se
apacigua y otra vez el calor de la percepción vuelve a una danza serena, viva pero estable. Flotando sobre ese disco
abuela, en las aguas del mar de energía el
abuelo fuego comienza a contar la leyenda.
La humanidad se da cuenta de que está soñando pero ahora está despierta.
Se pide perdón y se abraza a todo lo que aún se siente lastimado. Se ofrenda, se habla, se hace silencio. Nos
volvemos a mirar en todo.
Saliendo de sí, de donde todo es uno, todo junto
en un murmullo, va a peregrinar un sueño. Un camino de misterios
para buscar una flor azul, para buscarse a si misma y saber que una herida o un
rezo florecen en la propia esencia. No hay un punto de
partida, ni camino plano o accidentado, ni recompensa, estamos aquí.
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Imagen: Abuelo fuego.
Lumholtz, Carl, El arte simbólico y decorativo de los huicholes
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