jueves, 19 de julio de 2012

Ficciones Fotográficas


¡¡Todos invitados!!




Cada vez hay más gente que aplaude el sacrificio 
de la justicia en los altares de la seguridad

Eduardo Galeano.

Luis Aguilar recrea escenas de un futuro posible con los escombros del presente. Fotografía el vacío, la ruina, el deterioro de los espacios privados que el abandono convierte en baños públicos, en refugios de cascajo, de plantas y muebles necios, de personas hechas polvo. 

Y ahí donde no hay casi nada, donde no pasa más que el tiempo y su devastadora mordida, Luis, orwelliano, coloca digitalmente cámaras de seguridad que todo lo ven, lo vigilan. Ojos que observan el mundo ya de piedra, devastado, donde lo único que permanece es la paranoia y sus máquinas intactas: cámaras del miedo que registran la historia del derrumbe.

Y uno puede ver en sus imágenes cómo el tiempo se ha comido los muros, los techos, los marcos de las ventanas, los sillones y objetos que alguien dejó como si esperara regresar. Uno descubre la estoica herrería que mantiene su inútil y sólida estructura en una casa sin puertas. Una escalera que exhibe la elegancia de un pasado remoto en su barandal de hierro. Una tina como sucio testigo de que alguna vez alguien ahí fue pulcro. Espacios reales en ficticia vigilancia habitados por seres invisibles, esos que nadie quiere ver, los que protegen su pudor con cartón y láminas, los que hacen de un autobús escolar su parada permanente. 

Y ahí donde una vez nació y creció libre, a la naturaleza le gusta regresar, adueñarse de esa tierra que fue suya: y se monta en los muros, los traga, echa raíces, invade losetas y pisos transformando el paisaje. Desiertos del futuro, los llama el artista:

“Combinando la fotografía análoga y la edición digital, revivo una intriga tecnológica y metafísica que enmarca la intervención humana como escena de ciencia ficción, evidencia siniestra de un planeta que cambia rápidamente.” 

Luis Aguilar pone el ojo en la yaga: sus imágenes exhiben el absurdo de una sociedad temerosa de sí misma que confunde la seguridad con la custodia y la justicia con el castigo, que transgrede los espacios íntimos en nombre del orden público. Una sociedad que teme al vacío tanto como a las aglomeraciones; que, ciega, necesita verlo todo, registrarlo todo: vigilar para castigar. Pero al asomarnos a su universo fotográfico uno se pregunta ¿qué mayor castigo puede haber que el desolado paisaje de una habitación sin techo?

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