domingo, 29 de abril de 2012

Wirikuta y la búsqueda colectiva de visiones


FOTO: Luz María Nieto Caraveo

por  Johannes Neurath

A Ximena y Aldonza

Los jicareros (xukuri’+akete). Año tras año los centros ceremoniales huicholes envían grupos de jicareros (xukuri’+akete) a Wirikuta, el semidesierto en el norte de San Luis Potosí.

Pero, ¿qué son los jicareros y por qué se les llama “portadores de jícaras” o “personas jícara”? Se trata de personas que ocupan cargos religiosos. Cada uno lleva una pequeña jícara que es un ancestro, susceptible de transformarse en una deidad wixarika, y que al mismo tiempo convierte a quien la lleva en ese ancestro. Por eso, mientras uno tiene el cargo, recibe el mismo nombre que la deidad de su jícara: Tatewari (Nuestro Abuelo), Tayau (Nuestro Padre). En el centro ceremonial, los jicareros usan los diferentes templos como sus casas: el jicarero Tayau vive en el adoratorio de Tayau; el jicarero Tamatsi vive en el templo de Tamatsi y así sucesivamente. Las deidades huicholas son muchas. Un grupo de jicareros se compone de hasta 30 personas.

Juntos, los jicareros reviven los actos de la comunidad original, la de los ancestros que fundaron el mundo en una primera peregrinación rumbo a Wirikuta, el Desierto del Amanecer. Antes de realizar dicho viaje, los jicareros todavíano son dioses. Para convertirse en deidades, deben “nacer”; es decir, salir de la jícara, que simboliza el vientre materno. Y esto se consigue realizando el viaje a Wirikuta. Si todo va bien, los jicareros “nacen” como ancestros después de este proceso. Y entonces efectivamente se convierten en los dioses.

Una de sus tareas en esta peregrinación es recoger peyote (hikuri). Por eso se les conoce también como “peyoteros” (hikuritamete). Pero solamente es correcto usar este término cuando ya están en el camino de regreso, cuando ya se han transformado en peyote. Y es que esta cultura sigue una lógica animista; es decir, entre ellos la transformación en animal o planta es posible y relativamente fácil. De acuerdo con lo que se conoce como ontología multinaturalista, todos los seres vivos son humanos y pueden cambiar de apariencia, de piel, pero no de alma. De modo que en las prácticas wixaritari, uno no come peyote, uno se transforma en hikuri.
La peregrinación se inicia cuando los jicareros salen del mundo oscuro, ubicado abajo en el poniente, en busca del Amanecer. Encuentran la luz en el desierto oriental, porque ahí logran transformarse en peyote, entre cuyos efectos se cuentan el ver todo más luminoso.
Dentro del grupo de los jicareros hay cinco cazadores —el puma, el jaguar, el lobo, el lince y otro felino— que persiguen al venado, el Hermano Mayor, quien, según la mitología, fue el primero en transformarse en peyote. Lo logró porque se entregó a ellos. Antes de morir, les enseñó cómo celebrar sus ritos. Por eso los huicholes consideran al venado como el fundador del costumbre (yeiyari, palabra que significa el “caminar sobre las huellas” de los ancestros), y ellos lo continúan al ingerirlo ya transformado en hikuli y transformarse, ellos también, en venados y peyotes.

La peregrinación como rito de iniciación. La peregrinación que los jicareros huicholes realizan hacia Wirikuta —el bajío al pie de la Sierra de Catorce y el cerro Reu’unax+ (también conocido como Cerro Quemado o Paritek+a “Abajo del Amanecer”)— es un rito de iniciación que conlleva una búsqueda de visiones. Pero el término peregrinación debe tomarse con reservas; es decir, hay que despojarlo de las concepciones derivadas de las prácticas cristianas. En el viaje a Wirikuta efectivamente se visitan santuarios y, en el camino, los peregrinos buscan purificarse. Sin embargo, la peregrinación huichola es mucho más compleja, pues implica aspectos que la óptica cristiana no abarca, por ejemplo, transformarse en ancestros o en peyote.

En este rito de iniciación los jicareros adquieren un estatus social diferente y jerárquicamente superior. Y es que, en la lógica wixarika, esta práctica no solamente los acerca a lo sagrado, sino que los transforma en dioses, lo cual tiene consecuencias que veremos más adelante.

El grupo de jicareros conforma una suerte de escuela de iniciación, pues durante los años que dura el cargo, cada uno aprende las rutas de peregrinación y conoce los lugares de culto, se enseña de mitología y cantos rituales, y tendrá que transmitir estos conocimientos a los jicareros menos experimentados conforme tomen sus cargos.

¿Es posible llegar a Wirikuta? Como hemos dicho, Wirikuta es el lugar donde el venado se entrega voluntariamente al cazador al transformarse en el primer peyote. Por eso podemos considerarlo el mundo de la generosidad. Los jicareros que peregrinan hacia allá vuelven a encontrar el país del Amanecer, pero, de cierta manera, cada viaje a Wirikuta sucede por primera vez. Encontrar el Amanecer es un acontecimiento único e irrepetible, en el que la euforia se mezcla con sentimientos de melancolía: da lástima el venado que se entrega y las lágrimas de los jicareros se convierten en la lluvia que traerá los beneficios de la tierra a sus comunidades.

Wirikuta, como todos los universos rituales, encierra una serie de paradojas. Tal vez la mayor es que en realidad no se puede llegar hasta allá mientras uno no muera en una muerte sacrificial. Durante la vida uno sólo se acerca. Pero los verdaderos dioses están muertos.

Los ritmos sincopados de la música wixarika probablemente tienen que ver con esta paradoja ontológica. Estar en Wirikuta es estar en una situación de ruptura. Wirikuta es una ruptura creativa de la cotidianidad mestiza. Wirikuta está en el paisaje, pero también irrumpe en él, lo mismo como un escenario inesperado que los peregrinos encuentran al final de su caminar, que como un espacio imposible inducido por la experiencia visionaria. Tiene una existencia doble y frágil. Es un mundo de formas e imágenes. Es una cuerda en tensión, una síncopa musical. Es jazz.

Un rito colectivo. El viaje a Wirikuta es una búsqueda colectiva de visiones. En el contexto de la etnografía amerindia el rito huichol es algo único, entre otras razones, por ésta. Hay muchos grupos que realizan ritos de iniciación que implican búsquedas de visiones. Los indios de las Grandes Llanuras de América del Norte (Plains Indians), por ejemplo, se internan en un paraje solitario, ayunan durante muchos días y esperan obtener una revelación onírica o visionaria. Ritos similares se han reportado de Amazonía. En todos estos casos, la experiencia visionaria es algo solitario e íntimo.

También hay casos en que, pese a que las iniciaciones y la búsqueda de visiones son colectivas, al final de cuentas cada quien experimenta las visiones de forma individual. Y, naturalmente, éstas se presentan en diferentes momentos. Esto sucede, por ejemplo, en el sur de California, donde existía una iniciación colectiva con Datura (toloache), y entre los tohono o’odam de Arizona, que realizaban una peregrinación a un sitio en el Golfo de Cortés donde recogían sal. En el camino de regreso, algunos experimentaban visiones.
En el caso de los huicholes es importante que la experiencia visionaria también sea colectiva. La ingestión de peyote facilita que sea así. Desde luego, hay muchas visiones individuales, pero también hay otras que son vividas simultáneamente por todos los miembros del grupo. Juntos experimentan el Amanecer, juntos sueñan con la lluvia del oriente que nace del polvo del desierto y de las lágrimas de los peregrinos.
La luz del Amanecer se refleja en las caras de los peregrinos, en las bellas pinturas faciales de color amarillo que usan los peyoteros. No todos se pintan con el mismo diseño, porque, obviamente, la gente no experimenta exactamente lo mismo, siempre es algo similar, aunque hay variedades en los matices.

El aliento del mundo. Ir a Wirikuta implica un rito relativamente fácil, pero el regreso es un proceso largo y complicado. La reintegración de los jicareros a la comunidad es compleja porque ellos se han transformado en los ancestros, los dioses, seres potencialmente peligrosos que, como veremos más adelante, han sido creados por los huicholes.

Cuando los jicareros reaparecen en las comunidades de la sierra llevan sombreros con plumas blancas que son flores de peyote (tutu). Al portarlos, las personas-jícara son personas-peyote. En la danza del peyote, el último acto ritual de los jicareros, la transformación continúa: se quitan las plumas de los sombreros y elaboran trajes de danza con los que el grupo de peyoteros se convierte en la serpiente de nubes (haiku). En la danza del peyote se ve cómo ésta llega para lavar el mundo. Haiku es el iyari del mundo, el “alma” o “aliento” del cosmos. Sin los peyoteros, el mundo no podría ser un ser vivo.

Nierika. Para obtener visiones el peyote es útil, pero sería un error interpretar el rito wixarika enfocándose únicamente en su aspecto farmacológico. Para los huicholes las visiones no son simplemente el efecto de una sustancia. Explicar toda su religión como un “culto de peyote” es un reduccionismo. En etnología se han documentado diferentes métodos para inducir este tipo de experiencia: seclusión, ayuno, prácticas de mortificación (como el autosacrificio mesoamericano o la danza del Sol de los lakota y de otros grupos nativos de Norteamérica) y abstención del sueño. En el caso huichol, los jicareros deben dejar atrás dos cosas: sueño y sal del mar.

El “ayuno de sueño” es un aspecto tan importante como la ingestión de peyote. No dormir durante días implica dormir despierto. En este estado, las visiones de peyote son mucho más complejas que imágenes de colores y formas psicodélicas. Como hemos visto, Wirikuta es el país de la luz que se opone a la oscuridad del inframundo y del mar en el Poniente. No es un lugar para dormir. Aquí es donde se levantan las “velas de la vida”, que los huicholes llaman hauri, las antorchas de ocote que levantan el cielo luminoso, el techo del mundo.

El mundo de la oscuridad siempre existirá y siempre ha existido, pero el mundo de la luz, el techo del mundo, es creado o inventado en el ritual; es una visión y, por eso, tiene una existencia efímera. La existencia de Wirikuta no está dada. Solamente existe porque los jicareros la buscan, porque resisten sin dormir y porque la sueñan despiertos en sus visiones. De la misma manera, los dioses ancestrales viven porque loshuicholes han practicado los ritos que les dan existencia. Sin el viaje a Wirikuta no hay dioses huicholes, así que tanto Wirikuta, como los dioses, son creados por el hombre.

La poética y la estética de los wixaritari. En la cultura wixarika la invención y la creación son altamente valoradas. Lo dado no es mejor que lo no dado. Wirikuta es tan especial porque, como hemos visto, no es “natural”, sino “artificial”. Cada vez que se visita, Wirikuta vuelve a encontrarse, se vuelve a crear.

Este tipo de poética cosmogónica no es exclusiva del pueblo huichol. Ciertos autores del romanticismo europeo también han buscado recuperarla, entre ellos Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg, Novalis (1772-1801). Como nos deja ver en su libro Heinrich von Ofterdingen, Novalis se imaginaba poetas-chamanes: “De este modo, según nos cuentan viajeros que todavía han oído estas leyendas de boca de la gente del pueblo, en tiempos muy remotos, en las tierras que ocupa ahora el imperio griego, debió de haber poetas, que, con el extraño son de maravillosos instrumentos, despertaban la secreta vida de los bosques y los espíritus que se escondían en las ramas de los árboles; hacían revivir las simientes y convertían regiones yermas y desérticas en frondosos jardines; (…) hasta llegaban a arrancar a las piedras de su inmovilidad para hacerlas moverse al ritmo de sus cantos. (…) conocían los secretos del futuro, las proporciones y la estructura natural de todas las cosas, y hasta las fuerzas interiores y las virtudes curativas de los números, de las plantas y de todas las criaturas. A partir de entonces la Naturaleza, que hasta aquel momento había sido una selva en la que reinaban la confusión y la discordia, se llenó de múltiples y variados sonidos y de extrañas simpatías y proporciones”.

Los mara’akate huicholes son poetas en el sentido de Novalis y los jicareros son colectivos de poetas primigenios que, con su canto, hacían germinar una vida luminosa y ordenada, que se oponía al caos primordial de la “confusión y la discordia”.

Los huicholes consideran que los mestizos son más antiguos que ellos. A veces, se llaman a sí mismos los hermanos menores. Piensan que los huicholes fueron los últimos en comenzar a peregrinar rumbo a Wirikuta. Y sin embargo, son los únicos que aún no se han perdido, que siguen caminando en la busca del Amanecer. Participar en estos ritos es más que aprender a ver el mundo de otra manera. Se trata de percibir e inventar el mundo nierika, el mundo de los ancestros. Si lo vinculamos con la tradición occidental, podríamos decir que se trata de recuperar el concepto griego de aletheia.

Marcel Detienne ha encontrado que, entre los griegos arcaicos, el concepto de “verdad” (aletheia) era de carácter poético, profético y chamánico. La “verdad” no dependía de la existencia de una realidad objetiva autónoma, sino que era producida por el poeta en contextos rituales. El opuesto de aletheia, lethe, no significaba falsedad, ni mentira, sino olvido. Los poemas no solamente “narraban” acontecimientos cosmogónicos; la enunciación de los mitos en el contexto ritual implicaba el acontecer de la creación y la renovación del mundo, de los dioses y de los héroes.

Ahora, si los jicareros tienen que crear el mundo en el contexto ritual, su labor no sólo implica una poética como la que hemos visto, sino también una estética. Su concepto de belleza se asocia al ámbito luminoso del desierto. Lo bello es lo pequeño, lo tierno, lo brillante y lo traslúcido, como las gotas de agua, las chaquiras, las plumas y los venados.
Pero también han desarrollado toda una “estética de la fealdad” para representar a los seres “del mundo de abajo”, el de los no-indígenas, mestizos o teiwarixi, el (infra)mundo que no es creado, a diferencia de Wirikuta, y que siempre existirá. Es el territorio de los monstruos, de los “viejos de la danza” con sus máscaras “feas” y barbudas. Es un espacio caótico, subdesarrollado y, como explica el ecologista wixarika Pascual Pineda, “es un mundo no-sustentable”.

Hoy, ese Desierto del Amanecer que da sentido a la visión del mundo de un pueblo entero se encuentra amenazado, pese a su importancia como reserva natural y como espacio cultural. Protegerlo va más allá de salvaguardar la religión de un pueblo, que en sí ya es un objetivo encomiable. La prácticawixarika, como hemos visto, es arte, un arte creado por una comunidad de chamanes-poetas que nos permite conocer horizontes estéticos insospechados y de una vitalidad sorprendente. Un arte honesto, enraizado en prácticas ancestrales y que, sin embargo, puede considerarse más vigente que el que se exhibe en muchos de los mejores museos del mundo. Un arte de gran profundidad que nos invita a reflexionar sobre los alcances de la creatividad humana y sobre la necesidad urgente de protegerlos del ímpetu demoledor de la sociedad contemporánea.

Fuente:
La Jornada del Campo
28 de abril de 2012  Número 55

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