Cuando estamos en calma contemplando la creación, agradeciendo y mirando por primera vez sin importar nuestra edad, ni el momento que nos rodea, se puede presentar una apertura en nuestra visión. Cualquier cosa, el humo, una gota de rocío, una pelusa flotando, la tela de una araña, una nube, un manantial.
Se abre y nos damos cuenta y ahí podemos elegir entrar en el espejo. En nosotros mismos. Eso es también Wirikuta, un espacio abierto, una puerta detrás de otra, como sus nubes arcoiris, los dibujos que hacen las flores en la tierra, el aroma que seguimos para encontrarnos una y otra vez con nuestro propio corazón.
Wirikuta contiene y genera constantemente todas las imágenes. La vida misma, es el corazón ilimitado que respira y late. Aquí entramos para recordar la abundancia, la fertilidad y el equilibrio. Y atravesamos sus puertas mágicas para que eso viva de nuevo en la vida cotidiana, en caso de que nos faltara, en apariencia, salud, maíz, lluvia o sabiduría.
No se puede delimitar Wirikuta ni con las Sierras, ni con los ríos, no se le puede atrapar o describir.
Es como nosotros, infinita matriz, hogar ilimitado, mar y fuego.
Podemos cuidar el territorio en donde su palpitar incesante es palpable, es vivo. En donde agradecer es el fluir natural de nuestros pasos peregrinos.
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