Nos lavamos la cara con el agua del manantial. La cara, las orejas, la nuca, nos mojamos la coronilla. Todavía inclinados tomamos una profunda respiración y luego levantamos los ojos para mirar el cielo entre las copas de los árboles. Pero sus hojas parpadean muy rápido, como estrellas y vemos otros lugares. Otros rostros. Apenas estamos por comenzar a caminar y los ancestros nos hablan, no con palabras, más bien así como un temblor en todo el cuerpo. En la falda de la tierra se dibuja un enorme rombo, formado por lugares que recrean momentos del canto. En una laguna grandísima, allá en el Sur canta el agua donde se levanta un árbol, Xapavillemeta. En el Norte un madero muy antiguo es ahora una montaña, se ha hecho piedra después de navegar por los cinco puntos llevando la semilla original en su corazón, Hauxa Manaka. En el Poniente sigue abierto el abismo en el oceáno donde el principio sigue pariendo formas, incansable, fértil, profundo...Haramara. Una jícara de tierra en el Oriente es bañada por el Sol que siempre está naciendo, flores de sabiduría, Wirikuta. Y en el centro la cueva del fuego nuestro abuelo que todo lo ha visto Teakata.
Un ojo de dios, puerta abierta resplandece y nos invita a entrar y salir, a caminar con confianza para entregar nuestras ofrendas, plegarias y antes que nada, el agradecimiento por esta vida sagrada.
Apenas vamos a dar el primer paso y ya llegamos.
Volvamos la mirada.....están nuestras raíces......!!!
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