Ella -eso, él, todo- canta el polvo de estrellas y los huesos molidos del inframundo.
De sus ojos, ojo hombre, ojo mujer, el agua sangre es entregada para amasar la vida.
Entonces polvo celestial siempre presente y ancestros vivos se incendian con la serpiente agua cadena familiar renovada. Un instante de vacío, de quietud para permitir que la luz sea.
En este tiempo de cosecha, ella abre los ojos para ver a la tierra enrollarse sobre si misma, cobijando a todos los niños, los frutos del canto.
En este tiempo, en donde todo sucede al mismo tiempo, ella canta el agua oscura guardada en la olla de la cocina, donde papá y mamá se reúnen para abrazarse y mirar al sol cuando se sumerge en el misterio de la mar.
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