martes, 24 de mayo de 2011

Tres miradas del desierto de Wirikuta

La estrella

                         
Los troncos de las yucas ennegrecidos y casi sin hojas se yerguen como columnas de templos incendiados sobre un matorral grisáceo, uniforme y desgarrado por cuyas aberturas asoma la áspera caliza del suelo. Se tiene la impresión de que estas plantas sufren intensmente y que sus sufrimientos forman parte de un vasto conjunto donde el tiempo hubiera sido suprimido. La inmovilidad y el silencio propios de los desiertos son agobiantes y las montañas desnudas del fondo, unas montañas de suaves pliegues minerales, sobreponen un nuevo silencio, una nueva inmovilidad, una nueva sensación de intemporalidad absoluta (Benítez 2002: 90)
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La flora del desierto –y es otra de sus paradojas- tiene algo que recuerda en su forma a una flora marina. Los bosques de corales, de madréporas, con sus frondosos ramajes, sus tallos carnosos inmóviles, las esponjas redondas, las algas, las asociaciones caprichosas de la cal, evocan los densos arbustos ramosos del Myrtillocactus geometrizans, las serpientes recamadas del Aporacactus flagelliformis o las texturas y las formas de las hojas de la opuncia (Benítez 2002: 97)
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 Por donde uno mire sólo hay matorrales. Temendo chaparral que se extiende hasta el infinito en cualquier dirección y da la impresión de estar en el centro de un enorme disco de flora desértica; ni más ni menos que parados en el centro del universo, en el ombligo del mundo (Blanco 1992: 42)
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Se corre gran peligro físico porque casi siempre pasa algún contratiempo o accidente y porque en el desierto hay víboras de cascabel, alacranes con picadura mortal –todo el mundo debe llevar a la mano el suero antialacránico-, además no resulta descabellado encontrarse con coyotes y hasta lobos en algunas ocasiones y, por supuesto, alimañas de todo tipo, y no me refiero a los abogados, como tarántulas, viudas negras, capulinas, cienpiés y demás monerías. El peligro sobrenatural está siempre presente pues nos metemos en Wirikuta, donde habitan no sólo los dioses y los antepasados huicholes, sino también los kakayares, sus demonios. Y por lo visto todos tienen mal genio y pueden arremeterla contra nosotros…La prueba de que “ir a Wirikuta es una verdadera chinga”, es que de 12 mil huicholes que existen aproximadamente, divididos en cinco comunidades, sólo asisten a la peregrinación anual al peyote alrededor de 150, esto es, unos 30 huicholes por comunidad y, además, ¡nadie quiere ir!. La mayor parte de los peregrinos van forzados porque las autoridades religiosas huicholas les dan “cargo”. El cargo dura cinco años consecutivos, después de los cuales difícilmente regresan por su voluntad. ¡Y nosotros vamos por gusto! (Blanco 1992: 24)
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La noche es fría y de una oscuridad profunda. La temperatura desciende bajo cero. Los peregrinos sólo cargan una cobija de franela y su traje típico de algodón, el cual no los protege del intenso frío…El clima del día en un asfixiante calor de más de 40 grados (Gutiérrez 2002: 181-183)

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BENITEZ, Fernando (2002), Los indios de México. V. II, Editorial Era, México; 1ª. ed. 1968.

BLANCO LABRA, Víctor (1992), Wirikuta. La tierra sagrada de los huicholes, Daimon, México D.F.

GUTIERREZ, Arturo (2002), La peregrinación a Wirikuta, INAH/Universidad de Guadalajara, México 

Tomado del libro: PORRAS CARRILLO, EUGENI RITUAL Y PEREGRINACION ENTRE LOS HUICHOLES. Ensayos mínimos - Centro INAH-Nayarit - CECAN - CECUPI- CONACULTA -Nayarit 2010.

1 comentario:

  1. http://www.noticiasmvs.com/entrevistas/primera-emision-con-carmen-aristegui/dick-reavis-con-carmen-aristegui-107.html
    Mando un enlace por si lo desean escuchar. Suerte a todos los guardianes de la Madre Tierra

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