sábado, 14 de julio de 2012

La serpiente cambia de piel



En el principio de los tiempos, cuando todo es un sueño claro y profundo, las escamas de la serpiente empiezan a dibujarse.
El corazón se ilumina y las escamas como burbujas dibujan una flor que va extendiéndose en el agua primordial.
Es una exhalación de Padre y Madre, de su respiración sincronizada, la creación se escapa de su abrazo en un sueño.
Primero peces. Peces que llegan a la orilla de algo y deciden atravesar ese umbral. Cambio de piel, las escamas pasan la estafeta. Del otro lado  las nuevas escamas tienen patas para moverse sobre la piel de la tierra. Patas que se van estirando. Que tienen pezuñas. Que dejan huellas que florecen. Y aparecen orejas en las cabezas, ojos de universo, narices. En forma de nube, cuando se alerta el corazón, se levanta la cola blanca.
En el mismo sueño hay escamas que se detienen a mirar estrellas, capturan sus colores y se acurrucan en la tierra. Pierden en plena conciencia su identidad de escamas de un viejo sueño y extienden un abrazo hacia lo más profundo, se nutren de oscuridad y brotan nuevas.
En la superficie entonces se asoman orejitas verdes. Astas. La mar viene desde las más antiguas generaciones a nutrir a lo pequeño, a recordarle la fuerza del cambio.
Florece hacia el sol un penacho de cascabeles de serpientes que también se desbarata de amor y preña la vida de mazorcas. Esas pequeñas escamas teñidas de estrella han quedado atrás pero siguen vivas en la nueva semilla que se va formando con vigor ancestral y brillo actual.
Cuando ya no puede estirarse más la milpa hacia el cielo, las mazorcas maduras, se inclinan, abren su manto, y la vida cambia de piel, soltando la preciosa y nueva semilla que contiene un misterio inédito.
Una y otra vez el sueño suelta. Lo conocido, que parece tan sólido, revela su ligera transparencia y fragilidad. Y da paso al nuevo tiempo. Es nuestro sustento. Sueño del Venado.

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