Regresan al rancho los jóvenes cazadores.
Los niños, las aves y los perros anuncian su llegada,
han tenido mucha suerte y en la fiesta todos los participantes disfrutarán de
un banquete.
Las mujeres de todas las edades han preparado manjares
deliciosos con los frutos de la tierra que ha sido tan generosa.
Todos están contentos y además, se anuncia lluvia. Cerro
con sombrero.
Una abuela habla: "hijos,
tenemos abundantes alimentos pero necesitamos guardar todo en las casas para
que no se moje o se lo lleven los animales..." un vecino de otro
pueblo interrumpe a la abuela, y hasta este momento nadie ha notado su
presencia. Sale de su escondite para decir: "Señora,
vecinos, les ofrezco llevar todo lo que necesitan guardar a mi casa, en el almacén
cabe todo y ahí pasará la noche a salvo".
En realidad a nadie le cae muy bien este hombre, pero
se miran unos a otros como pensando qué responder; un señor espera a que la
abuela exprese algo y luego dice: "Vecino,
no es nuestra costumbre mover la caza o los alimentos fuera del rancho, pero
apreciamos su gesto de generosidad y aceptamos su oferta, llevemos pues a su
lugar todo esto, y a primera hora de mañana continuaremos los
preparativos".
Ya muy entrada la noche, el vecino y sus amigos
conversan sobre la gran cantidad de comida que se guarda en el almacén. Entran
a ver, a contar, comienzan a tomar un poco de esto, un poco de aquello,
alegando que no se va a notar y que es justo que si ellos están cuidando el
tesoro de los del otro rancho, tomen algo para sus familias.
La lluvia y los rayos caen con intensidad. Mientras
beben el licor que estaba destinado para la fiesta y siguen apartando lo que
según ellos les corresponde, y encuentran un hermoso venado muy grande. "Vaya que tienen suerte para cazar
estos vecinitos".
Hablan a gritos. Después de esconder casi la mitad de
las cosas, se dejan caer en el suelo y duermen ahí, por la borrachera y porque
la tormenta afuera es demasiado fuerte como para que regresen a sus casas.
Canta un gallo, el dueño del almacén se despierta
sobresaltado, no sabe dónde está, las velas ya se apagaron. "Compadres, despierten que esta gente
no tarda en llegar, estaba soñando a la bruja esa, la abuela y al venado que
escondimos mirándonos. Despierten".
Nadie contesta. La oscuridad y el silencio llenan
todo. El hombre anda a gatas espantado buscando cerillos o la puerta, de pronto
oye voces, tocan, y abre la puerta.
Afuera la luz es muy intensa y lo encandila que no
sabe ni con quién habla.
"Vecino, les
venimos a invitar a la fiesta, los esperamos a usted y a su familia antes de
que se ponga el sol". El hombre no entiende nada, mira al
interior del almacén y no hay nada, nada ahí.
"¿A qué horas vinieron a llevarse lo que les
guardé acá vecino?"
El muchacho, al principio extrañado, le responde:
"No vecino si
usted no guardó nada acá, apenas de madrugada regresamos de la cacería, y hemos
pasado toda la noche preparando la fiesta, bajo las estrellas".
Afuera, la tierra seca y el cielo despejado le hacen
ver al hombre codicioso que todo fue un sueño, que no ha llovido, que sus
compadres no pasaron la noche con él en el almacén, que el venado, como todo lo
terrenal solo le deja un mensaje:
"Ahora me ves, ahora no me ves".
"Ahora me ves, ahora no me ves".
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