viernes, 7 de junio de 2013

"Ahora me ves, ahora no me ves".




Regresan al rancho los jóvenes cazadores.
Los niños, las aves y los perros anuncian su llegada, han tenido mucha suerte y en la fiesta todos los participantes disfrutarán de un banquete.
Las mujeres de todas las edades han preparado manjares deliciosos con los frutos de la tierra que ha sido tan generosa.
Todos están contentos y además, se anuncia lluvia. Cerro con sombrero.
Una abuela habla: "hijos, tenemos abundantes alimentos pero necesitamos guardar todo en las casas para que no se moje o se lo lleven los animales..." un vecino de otro pueblo interrumpe a la abuela, y hasta este momento nadie ha notado su presencia. Sale de su escondite para decir: "Señora, vecinos, les ofrezco llevar todo lo que necesitan guardar a mi casa, en el almacén cabe todo y ahí pasará la noche a salvo".
En realidad a nadie le cae muy bien este hombre, pero se miran unos a otros como pensando qué responder; un señor espera a que la abuela exprese algo y luego dice: "Vecino, no es nuestra costumbre mover la caza o los alimentos fuera del rancho, pero apreciamos su gesto de generosidad y aceptamos su oferta, llevemos pues a su lugar todo esto, y a primera hora de mañana continuaremos los preparativos". 
Ya muy entrada la noche, el vecino y sus amigos conversan sobre la gran cantidad de comida que se guarda en el almacén. Entran a ver, a contar, comienzan a tomar un poco de esto, un poco de aquello, alegando que no se va a notar y que es justo que si ellos están cuidando el tesoro de los del otro rancho, tomen algo para sus familias.
La lluvia y los rayos caen con intensidad. Mientras beben el licor que estaba destinado para la fiesta y siguen apartando lo que según ellos les corresponde, y encuentran un hermoso venado muy grande. "Vaya que tienen suerte para cazar estos vecinitos".
Hablan a gritos. Después de esconder casi la mitad de las cosas, se dejan caer en el suelo y duermen ahí, por la borrachera y porque la tormenta afuera es demasiado fuerte como para que regresen a sus casas.
Canta un gallo, el dueño del almacén se despierta sobresaltado, no sabe dónde está, las velas ya se apagaron. "Compadres, despierten que esta gente no tarda en llegar, estaba soñando a la bruja esa, la abuela y al venado que escondimos mirándonos. Despierten".
Nadie contesta. La oscuridad y el silencio llenan todo. El hombre anda a gatas espantado buscando cerillos o la puerta, de pronto oye voces, tocan, y abre la puerta.
Afuera la luz es muy intensa y lo encandila que no sabe ni con quién habla. 
"Vecino, les venimos a invitar a la fiesta, los esperamos a usted y a su familia antes de que se ponga el sol". El hombre no entiende nada, mira al interior del almacén y no hay nada, nada ahí.
"¿A qué horas vinieron a llevarse lo que les guardé acá vecino?"
El muchacho, al principio extrañado, le responde:
"No vecino si usted no guardó nada acá, apenas de madrugada regresamos de la cacería, y hemos pasado toda la noche preparando la fiesta, bajo las estrellas".
Afuera, la tierra seca y el cielo despejado le hacen ver al hombre codicioso que todo fue un sueño, que no ha llovido, que sus compadres no pasaron la noche con él en el almacén, que el venado, como todo lo terrenal solo le deja un mensaje:
 "Ahora me ves, ahora no me ves".

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