Día de los pueblos indígenas,
¿hay algo que celebrar?
Sus luchas tienen mucho en común: todos enfrentan el despojo capitalista instrumentado desde el poder. Unos defienden sus territorios, otros sus recursos naturales; unos más sus lugares sagrados; otros sus derecho a ser ellos y organizar su vida de acuerdo con sus propias reglas. Y eso incomoda a los poderosos porque impide el control.
por Francisco López Bárcenas
Este 9 de agosto los estados
del mundo realizarán diversas actividades para celebrar el Día Internacional de
los Pueblos Indígenas, como hacen desde 1995, cuando por acuerdo del la
Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) comenzó el Decenio
de las Poblaciones Indígenas, con la finalidad de fortalecer la cooperación
internacional para que los estados afrontaran los diversos problemas que
aquejan a aquéllos.
El 20 de diciembre de 2004,
poco antes de que ese plazo feneciera, la misma asamblea proclamó el Segundo
Decenio Internacional de las Poblaciones Indígenas, con lo cual implícitamente
reconocía que no habían logrado sus propósitos. Como parte de las actividades
gubernamentales se instituyó el 9 de agosto como el Día de los Pueblos Indígenas.
A dos años de que termine el
segundo decenio de estos pueblos, los estados del mundo celebrarán su día sin
la presencia de los festejados, porque la mayoría ni siquiera se ha enterado de
que tiene una efeméride; cuando más, escucharemos discursos oficiales sobre el
rezago en que se debaten los habitantes de estos pueblos y de los esfuerzos que
desde las esferas institucionales se hacen para superarlos. Veremos grupos de
indígenas invitados a los festejos, generalmente a beneficiarios de algunos programas
asistencialistas de los que se supone hace años habían terminado para dar paso
a una política de desarrollo con identidad, según el discurso oficial. Será,
pues, una fecha para que los gobiernos se luzcan en nombre de los pueblos
indígenas y muestren que su discurso de la pluriculturalidad no es más que la
forma que el neoliberalismo inventó para negarles sus derechos.
Los pueblos no festejan. Unos
porque, como ya se dijo, ni siquiera se han enterado de que en la ONU hace casi
20 años se preocupaban por la situación de colonialismo en que vivían; los que
se dieron cuenta pensaron que más que mecanismos para ayudarlos a remontar su
situación, lo que los estados estaban creando eran condiciones para disfrazar
las políticas de despojo que las empresas privadas planeaban desde ámbitos
internacionales, ajenos a los oficiales pero más poderosos. En México estas
medidas se tomaron en una situación bastante delicada: hacía meses en Chiapas
había estallado la rebelión indígena y amplios sectores sociales –incluidas
muchas organizaciones indígenas– apoyaron su lucha, lo que obligó al gobierno
federal a detener la ofensiva militar, misma que reanudó en febrero del año
siguiente, intentando detener a la dirección del ejército rebelde, reanudando
la intervención militar que hasta la fecha no cesa.
Hoy, cuando está a punto de fenecer el segundo decenio en que los
estados que fijaron el 9 de agosto como Día de los Pueblos Indígenas, se
propusieron terminar con el estado de postración en que se encontraban. Está
claro que las intenciones que perseguían eran distintas a las que enunciaban, y
quienes no entraron en el juego tenían razón. Por todas partes en América
Latina se ve a los pueblos indígenas luchando contra el capital que busca
despojarlos de su patrimonio. En México, sólo a manera de ejemplo, podemos
enunciar los siguientes casos: rarámuris, en Chihuahua; yaquis, en Sonora;
cucapá, en Baja California; wirrárikas, en Jalisco; purépechas, en Michoacán;
zapotecos, mixtecos, ikoots, cuicatecos y triquis, en Oaxaca; me’phaa, na savi
y nahuas, en Guerrero; nahuas y popolocas, en Puebla y Veracruz. Todos ellos, y
muchos otros que no menciono, luchan, construyen la geografía de la
resistencia.
Sus luchas tienen mucho en común: todos enfrentan el despojo capitalista
instrumentado desde el poder. Unos defienden sus territorios, otros sus
recursos naturales; unos más sus lugares sagrados; otros sus derecho a ser
ellos y organizar su vida de acuerdo con sus propias reglas. Y eso incomoda a
los poderosos porque impide el control. Por eso vale preguntarse si los pueblos
indígenas tienen algo que celebrar este día, porque a la vista no aparece. No
es la misma situación con el Estado, que sí tiene mucho que festejar, sobre
todo que ha conseguido los propósitos con los que creó esa fecha para los
pueblos indígenas: seguir controlando su descontento. Pero su triunfo no ha
sido total ni definitivo. Hoy las luchas de los pueblos indígenas no sólo
marcan la ruta de la resistencia, sino también la de la emancipación, pues
saben que el único camino que les queda es dejar de ser colonias y convertirse
en sujetos con derechos plenos. Y en eso también son ejemplos para otros
pueblos.
Fuente:
La Jornada
9 de Agosto 2012
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.