En este caminar equilibrado, un día amanece un regalo: al hombre le es revelado que en la montaña (hay una única montaña) puede encontrar la semilla.
Pero esta montaña, (nuestra percepción, nuestra cabeza) aún es dura, parece impenetrable. El don será una recompensa si el hombre encuentra la manera de llegar hasta él.
El hombre habla con la divina lluvia, señora, señor, me reconozco lluvia y tormenta que penetra la dura piedra. Pero la lluvia, el rayo y el granizo apenas hacen vibrar a esa corteza dura de nuestra necedad.
Entonces, el hombre, quien ha aprendido a observar la medicina de todos los animales, a reconocerse en ellos, pide con canto de lluvia a un pajarito que encuentre el punto más propicio para penetrar en el misterio de la montaña. El pájaro carpintero es tan solo un avecita parda casi imperceptible entre los árboles pero tiene un pico muy duro y está siempre atento. Pronto encuentra un lugar en donde al picotear se produce un sonido diferente, una piedrecita cae en su cabeza descalabrándolo y un pequeño hilo de sangre le da a su copete el color rojo que lo distingue para que podamos dirigirnos más fácilmente a él.
Entonces el rayo da un golpe en esa zona y la montaña se abre al fin, dejando accesible la entrada a la semilla original, que ha tomado forma de maíz, maíz de colores, gema preciosa que satisface el hambre del cuerpo, la mente y el espíritu.
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