Foto: Archivo Venado Mestizo |
No sólo Wirikuta está amenazada, sino también Tatéi HaraMara, donde la vida inicia.
Cuenta la leyenda que ahí en San Blas el Venado nació de la mar, salió de ese océano primordial para iniciar una peregrinación por tierra, dejando en sus huellas marcas que recuerdan su caminar. Subió y tal vez se hizo montaña, tal vez manantial ojo de agua, atravesó la serranía, bajó al desierto y se encarnó rosita sagrada, se encarnó maíz, tortilla, pinole, lobo, venado, flechador y ofrenda y quien sabe en cuántas formas más se hizo manifiesto.
Y no es que me sepa la leyenda, es sólo que imagino lo que he escuchado en el canto del cantador, en lo que canta-cuenta el mar, el viento, el fuego, el relámpago, los abuelos, los sueños, los hermanos mayores. Por todo ello agradece el corazón, el canto rezo, la imagen idílica de un abuelo en presencia del Abuelo, que traduce el mensaje con un ritmo preciso que re-cuerda con lo primordial el canto de la vida fluyendo, el respirar.
Amanece, a la luz se revela una gran piedra en el mar, la primera huella; es blanca, como de coral y en contraste con las nubes, parece hecha de serpientes, formas en movimiento. Todo invita a caminar, a correr, a brincar y cantar, a desnudarse y así sin conceptos entregarse a Haramara en un acto de libertad, de confianza. Entonces ella arrulla, y su va y ven cuenta de la esencia de la vida, de la frescura, de un ser suelto que fluye, se afloja, flota y se transforma todo el tiempo y tomando muchas formas es siempre uno, un gran océano y lo que nace de la mar.
Una tierra emerge como hogar de la vida, y una jícara tortuga como la balsa de la abuela, lleva en su vientre cálido la semilla y la brasa hasta alzanzar el continente, que las contiene; y lo que es contento germina, nace y una vez nacido, retorna al origen. Así como el agua de este océano primordial, por el amor del sol se transforma en nube peregrina, viaja a la montaña y se derrama en bendiciones que fertilizan el manto de la tierra, alimentan los manantiales cunas de serpientes cristal que van de retorno a la mar, regando a su paso todo lo que tocan.
Ese amanecer qué claro el vientre es una ollita que contiene esta brasa del principio de los tiempos, entre su redondez y una ola que va y una ola qué tal, me re-conozco y por si fuera poco, una vaquilla, actriz principal en esta puesta en escena, evoca aquel legendario juego de pelota y el sacrificio del ego y llama a ofrendar una imagen estática, a aceptar de lleno la transformación, a cortar de tajo la razón que busca aferrarse con cualquier argumento a la mano, al yo soy. Fluido y suelto es como se puede sentir el arrullo de la mar de la energía, de la tierra peregrina. Yo soy tu y tu eres yo, qué mejor certeza de la finitud de las formas y la permanencia de la vibración de la fuente de la que todo brota...
Tejedora
Masacalli:
http://www.masacalli.com/2009/07/haramara.html
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