miércoles, 16 de noviembre de 2011

Los tres sombreros (cuarta parte) y bendición




En la sierra el muchacho va caminando entre formaciones rocosas que asemejan personas, animales, casas. Está muy interesado admirándolas cuando se da cuenta que una piedra grande como mesa es sostenida por un hombre. Esto despierta su curiosidad y se acerca para averiguar. Con los brazos en alto y cara seria está deteniendo la roca. 
-Buenos días, si me permite la pregunta por qué está usted ahí deteniendo esta roca.
-Buenos días, muchacho, este trabajo es muy importante, la roca que sostiene el mundo es la que cargo sobre mis brazos. Si yo me fuera de aquí sin dejar a alguien más se derrumbaría todo, el cielo nos aplastaría. 
-Oiga y ¿lleva mucho tiempo haciendo este trabajo?
-Mucho, no sé cuánto. 
-Y ¿no me dejaría ayudarle?
-No muchacho esto es un trabajo para hombres, no es para jugar. Sólo se lo puedo pasar a alguien a quien le interese mucho, de verdad, que no se caiga todo. Hay un precio que pagar por tomar este puesto.
-A mi me interesa mucho de verdad, estoy dispuesto a pagar el precio.
-Bueno, si antes del medio día me traes tres sombreros te dejo sostener la roca.
-Trato hecho.
Y los consiguió.
Recibe las indicaciones, se prepara y con mucho cuidado va tomando el lugar del otro, despacio para que no se les fuera a salir de control el peso del mundo.
Cuando el hombre suelta la roca le da la bendición y lo felicita, le agradece y se despide.
Ya para el atardecer se da cuenta el muchacho de que no le preguntó qué hacer en caso de tener que satisfacer alguna necesidad.
Se aguanta toda la noche despierto.

Cuando ya no aguanta más las ganas de orinar, por no mencionar el hambre y el dolor de brazos y espalda, trata de jalar un palo que hay por ahí para ponerlo en su lugar, se mueve despacito, lo pone con cuidado, y se aleja un poco. En eso oye que el palo se cae y se espanta muchísimo ¡Ah que he hecho!...pero no pasa nada, no se caen el cielo ni el mundo.
Todavía está espantado y sin comprender. 
-Buenos días joven.
Se asusta más. Es un grupo de hombres. 
-Ah, buenos días, no los oí llegar.
-Joven venimos por usted para que vaya al templo, que ya tenemos tiempo buscándolo.
Y lo agarran y se lo llevan al lugar de donde tomó el tepu. No se dio cuenta en sus andares que iba caminando en círculo y llegó a donde inició todo.
El muchacho está muy espantado. Cuando van entrando al patio ceremonial ve que todo está adornado y  las mujeres andan atareadas de aquí apara allá con ollas y canastos.
Lo recibe un anciano y le pide que se siente. Desenvuelven el tepu y le ponen una tea de ocote debajo para que el cuero agarre el tono. El anciano le habla:
-Te hemos escuchado tocar, ahora vas a tocar para la fiesta.
Y con el corazón encendido deja que se diluya el miedo y se pone a tocar todo el día y toda la noche, el abuelo canta mientras las familias danzan y celebran los frutos de la tierra, y le comparten tamales, atole, caldo y sonrisas.
Y esta es la manera en que descubre el canto de su vida.

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