jueves, 24 de noviembre de 2011

Sentido común por Wirikuta


Foto: Luis Aguilar
No creo en milagros. Pero sí tengo convicciones, esas certezas que no brinda el orden material sino aquello que una vez analizado, una vez pasado por el crisol de la lenta y puntual meditación, toma forma, la forma de una idea que, convertida en proyecto, tiene las partes sustantivas necesarias para convertirla en realidad. Sé que no soy la única que piensa y siente de esta manera, porque la certidumbre que me da el escuchar  y leer con atención a mis iguales y a mis diferentes es que en todos como en mí existe algo genuino, un latido, un pulso, algo corporal u orgánico está presente. A eso llamo convicción, a algo que se comparte con los otros. Sin embargo,  la convicción se topa siempre con el áspero muro de la duda y ahí irrumpe como un grito la incertidumbre. Es ahí donde me pregunto: ¿que no estamos todos convencidos? 
La pregunta que me hago, hoy por la mañana y todo el día que casi termina, es por qué no logramos convencer a los hombres de Estado, a esos hombres en los que la sociedad deposita su confianza, pues se espera que tengan una visión incluyente, una conciencia de la importancia de lo plural. ¿Por qué no hemos llegado más hondo, a esa parte donde nacen las convicciones y nos convencemos todos de que el pueblo Wixárika (Huichól) necesita de todos, de nuestra capacidad de incidir, para que aquellos que están en el poder se convenzan de que una causa noble y trascendente ennoblece a todos por igual? 
Tenemos una gran oportunidad como sociedad, como nación, y es la de reivindicarnos frente a nuestro pasado, con esa porción indígena que todos y cada uno heredamos de distinta manera pero que al fin nos es común a todos por igual: el respeto a una parte de nuestra diversidad. Wirikuta no es otro México sino parte de nuestro México y así también del mundo. Pienso que así como estamos convocados a pensar con ellos en su actual lucha, porque lo que defienden es un espacio geográfico que, desde su visión, desde su cosmovisión, es un territorio sagrado, donde sus costumbres, ritos y sentido de existencia tienen lugar, así como otros grupos sociales mexicanos tienen los suyos,  los nuestros, y a través de los cuales enriquecemos y fortalecemos el sentido de identidad de nuestra nación y en ellos en particular se genera el sentimiento de pertenencia. ¿En qué nos estamos equivocando?, nosotros los que, "dueños de una cultura occidental y conscientes de formar parte de una era globalizada", de una era del conocimiento, sabemos y entendemos de valores universales y valores locales. Dejemos a un lado nuestros legítimos afanes protagónicos, luchemos contra la hipocresía de los otros y la de nosotros mismos.
Nos estorba el sinsentido de la soberbia y la avidez del estúpido. Cambiemos ahora nosotros y logremos poner sobre la mesa de discusión, en la plaza pública, el sentido de lo que vale la pena: el cuidado del planeta y de aquellas culturas que basan sus costumbres en el respeto a la naturaleza. No es algo nuevo lo que digo, pero tampoco es mi intención traer a cuanto lo inaudito, sino apelo al sentido común, ese que una vez y otra vez nos demuestran y nos muestran los pueblos indígenas que es posible: la convivencia pacífica, civilizada, en esa donde somos capaces de entendernos los unos y los otros, donde nuestra igualdad radica en que somos ciudadanos de una nación que lo que más se debe a sí misma es el respeto, la tolerancia, la inclusión, la equidad y sobre todo el apego a las leyes que nos rigen. Apelo a esa convicción, a esa clara necesidad de entender y reconocer en el respeto al otro el respeto a uno mismo. No dejemos que la causa se nos resbale de las manos. La autocrítica es la base de todo cambio, porque las leyes no son estáticas ni la vida de un pueblo lo es. Vayamos hacia el centro del problema: los dueños del capital esperan nuestra impaciencia, nuestra desesperanza, porque en esa debilidad de los grupos es donde ellos son astutos para inyectar los líquidos obscenos de la necesidad. 
Ya tenemos la edad para no caer en la trampa de la necesidad, esa bandera sin símbolo que levantan ante nosotros queriendo engañarnos, confundirnos. El progreso y el desarrollo de una nación está más allá de la necesidad económica, la riqueza material es una falacia porque se sustenta en el exceso que se convierte en desperdicio. La verdadera riqueza está en la conciencia práctica de generar una cultura del trabajo y en su equilibrio. Nos venden una idea falsa y caemos en la provocación. Pero esta vez ya no debe ser así. Estamos claros, eso quiero creer, en nuestras convicciones: no hay otro camino que el del acuerdo y con ello en el respeto al acuerdo.  
En este caso que nos ocupa, el Pacto Hauxa Manaka para la Preservación y Desarrollo de la Cultura Wixarica debería ser un ejemplo del compromiso y el respeto a la palabra.

22 de noviembre 2011

Fuente:
El AlmaZen de PaoZen

1 comentario:

  1. Algo tenemos que hacer, yo me uno no podemos permitir que asesinen lo último de humanidad que nos queda!!!

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